Lomography, Kodak o Fuji: tres maneras de mirar el color

A veces todo empieza antes del primer disparo.
Antes incluso de mirar por el visor.
Empieza cuando eliges qué cámara llevar y qué carrete ponerle. Porque en la fotografía analógica esa decisión marca el rumbo: no puedes cambiar de color, de sensibilidad o de textura a mitad del camino. Ese es el encanto. Elegir un carrete es decidir cómo vas a mirar el mundo ese día.

Hay días que piden blanco y negro, donde lo importante no es el color sino la forma, la luz, las sombras. Pero otros días, el cuerpo te pide color. Esos en los que todo parece brillar un poco más, donde la fotografía se convierte en una forma de traducir la emoción en tonos.
Y ahí empieza el siguiente paso: elegir qué tipo de color quieres contar.

carrete de lomography Colo'92

Cuando pienso en Lomography, me vienen a la mente unas fotos de Suances, hechas con una Lubitel y un carrete de color en formato 120. Han pasado muchos años, fue mi primer carrete a color en formato 120. Todavía guardo la sensación de sorpresa días después al ver los resultados. Pero si hay algo que siempre asocio a Lomography es el formato 110 —un formato que sigue vivo gracias a ellos—. Uno de sus últimos lanzamientos es Color’92, con esos tonos clásicos y bonitos que parecen sacados de otra época. Y si un día estás más creativo, siempre puedes lanzarte a probar sus emulsiones más atrevidas, porque con Lomo nunca sabes del todo qué vas a obtener… y eso es parte del encanto.

carrete Kodak Ultramax 400
De Kodak he probado muchos. Me sigue sorprendiendo la calidez que transmite cada uno: ese aire de recuerdo. El Ektar 100, por ejemplo, me encanta para paisajes; su contraste y saturación hacen que cada color respire, aunque para los tonos de piel no va muy bien. Y aunque me falta explorar más a fondo la gama Portra, todos los carretes Kodak tienen algo común: consiguen que cualquier escena parezca un momento guardado en la memoria.

Carrete Fujifilm Color 400

Y Fujifilm me gusta especialmente para el paisaje urbano. Hay algo en sus colores —ese equilibrio, esa nitidez— que para mi lo hace ideal para capturar la geometría de las calles, la calma de una tarde cualquiera o el reflejo verde de los árboles en el asfalto.

Por eso es tan importante pensar antes de salir: dónde vas, qué quieres capturar, qué historia te apetece contar. Porque elegir un carrete no es solo una decisión técnica, es una forma de elegir cómo quieres mirar el mundo ese día.

Al final, cada carrete tiene su carácter, su forma de mirar.
Hay días en los que apetece dejarse sorprender, dejar que la luz y el azar hagan lo suyo, y otros en los que prefieres ir sobre seguro, buscando esa paleta de color que sabes que no te fallará.
No hay una elección correcta, igual que no hay dos fotografías iguales.
Solo la emoción de mirar, de esperar, de revelar.
Y quizá eso sea lo más bonito de la fotografía analógica: que cada vez que cargas un carrete, estás comenzando una historia nueva.

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